Los placeres de la música
Un Allegro que recuerda que en el siglo XV, por primera vez, se plantea que la música está para causar placer
Desde siempre, la música se remitió a la tan noble como sencilla tarea de cumplir funciones. En la liturgia, en todo tipo de ritos e invocaciones o como acompañamiento a la danza, la música, sin búsquedas estéticas específicas, estaba omnipresente en todas las comunidades humanas. Pero en el siglo XV, el Humanismo avanzó firme en el horizonte europeo y, por primera vez, comenzó a concebirse la música como una peculiar manifestación humana que, en sí misma, podía ser suficiente para afectar las sensibilidad de quienes, sencillamente, la escuchaban. Quien dejó por escrito estas nuevas concepciones sobre una nueva manera de entender la música fue Johannes Tinctoris, un francoflamenco nacido en 1435, uno de los teóricos más notables de su siglo y de todos los tiempos. En su Liber de arte contrapuncti, concluido en 1477, enseñaba cómo componer sin errores y afirmaba que de la dulzura de la música "deriva el placer de los oídos". Y en su fundamental Diffinitorum musices, de 1475, el primer diccionario de la música de la historia, Tinctoris se metió de lleno con la estética del discurso musical sentando que "la armonía es un cierto placer causado por un sonido agradable". Pocas cosas nuevas bajo el sol, quinientos años después, de eso, tal vez, se siga tratando este asunto de los objetivos de la música, del muy ramplón y maravilloso intento de causar placer.
Fuente: La Nación. Espectáculos. 23 de marzo de 2017