Allegro: Handel alardea y marca diferencias
Ni plagio ni hurtos. Préstamos
Mucho antes de que las leyes protegieran los derechos de autor, la toma de obras ajenas para la reelaboración de creaciones propias era una técnica habitual y aceptada, lejos de cualquier idea de plagio o, mucho peor, de hurto. Más aún, esas prácticas tenían títulos que las definían. Por ejemplo, en el siglo XVI, en el campo de la música eclesiástica, se estableció, dominante, la técnica de la parodia que consistía en trabajar sobre una obra polifónica anterior. La Misa Noe Noe, de Jacob Arcadelt, por ejemplo, está basada en el motete homónimo de Jean Mouton. En el Barroco, la práctica de la reformulación de obras preexistentes se expandió más aún y devino en la técnica del pasticcio, que implicaba la confección de una obra muy amplia que era construida sobre numerosas fuentes previas. Para la composición de su majestuosa Misa en si menor, Bach apeló a numerosas obras instrumentales y vocales propias que, reformuladas, adquirieron nueva identidad. Con todo, el maestro más consumado en el arte de recurrir a material ajeno fue Handel. En 1739, apremiado por urgencias ocasionales, Handel escribió su maravilloso oratorio Israel en Egipto en dos o tres semanas, según las distintas bibliografías, y, en el proceso creativo, echó mano de obras propias, pero también de otras de Urio, Erba, Stradella, Rameau y Kerll. Pero, para Serse, Händel apeló a un aria preexistente de Giovanni Bononcini, que, además, era un rival directo en la producción de óperas italianas en Londres. Según Paul Henry Lang, en su libro George Frideric Handel, de 1976, le preguntaron a Handel por qué había utilizado material compuesto por Bononcini, un enemigo casi personal. Alardeando, marcó diferencias: "Esa música es demasiado buena para él. Bononcini no supo qué hacer con ella".
Fuente: LA NACION - Espectáculos