Disparen contra la cantante
Las sopranos y el forzudo de la feria
En otras oportunidades, en esta columna, hemos recorrido diferentes pensamientos sobre los aplausos, esa expresión de agradecimiento que, se entiende, es la respuesta espontánea que surge por las emociones que una performance o representación de cualquier tipo ha despertado y producido. Tal vez para añadir una nueva visión sobre este hecho de batir palmas, emitir gritos de aprobación o ulular con toda la energía de la que se disponga, vale la pena recordar lo que el gran Jean-Jacques Rousseau consideró una de las razones para estallar en aplausos. Si bien la historia rescata a Rousseau como uno de los más destacados pensadores de los tiempos de la Ilustración, este suizo, nacido en Ginebra, en 1712, no fue sólo un filósofo, escritor, botánico y pedagogo, sino también un compositor de cierto renombre que escribió un puñado de obras sacras, algunos títulos operísticos que gozaron de muy buena recepción en su momento y diferentes tipos de obras puramente instrumentales. En su novela, Julie ou la Nouvelle Héloïse, publicada en 1761, Rousseau apela a una controversial comparación en la que también habla de las razones que pueden motivar a un aplauso. Poco considerado con las damas, y en especial con las cantantes femeninas, entre los diálogos amorosos de Eloísa y Pierre Abélard, Rousseau pone en boca del amante sus explicaciones del porqué de algunos aplausos. Dice Abelardo (o Rousseau): "La gente aplaude a una prima donna del mismo modo que aplaude las proezas de un hombre forzudo en una feria. Unos y otras provocan sensaciones tremendamente desagradables, difíciles de soportar, y uno se siente tan feliz cuando finalmente terminan que no puede evitar regocijarse".
Fuente: LA NACION - Espectáculos