Trompetas sí, violines no
Música para la guerra
En la historia del cine hay escenas gloriosas que se han alojado de modo permanente y tal vez perenne dentro de la memoria colectiva. Una de ellas es la del avance destructor de los helicópteros de la película Apocalypse now. Envueltos en los sonidos de “La cabalgata de las valquirias”, esos monstruos voladores desparraman bombas, destrucción y desolación con música de Wagner. La contundencia de esa suma de imagen y sonido, de la mano de Francis Ford Coppola, es, propiamente, demoledora. Pero, en la vida real, con menos poesía o arte, sobre la tierra y ya no surcando los aires, ¿cuál es la música que estimula a los soldados a la realización de su tarea? De modo muy general, la respuesta más obvia es la de las marchas. Después de todo, para eso han sido creadas. En metro binario, enérgicas, con patrones rítmicos sostenidos y melodías absolutamente regulares, las marchas impulsan al ataque sin demasiadas ambigüedades. En sentido contrario, hay músicas que no tienen ninguna utilidad cuando el objetivo es el de la instigación al combate. John Bellenden, un escritor escocés del siglo XVI, también poeta y traductor de textos históricos del latín al inglés, tenía muy en claro qué es lo que un soldado debe escuchar en esos momentos tan especiales, previos al asalto. Y además, con todos los prejuicios y desprecios a cuesta, qué era lo que no debían escuchar. Bellenden prescribió: “Para infundir valor a los soldados es conveniente la fanfarria atronadora de la trompeta guerrera que impregna al espíritu con coraje renovado. Pero cantar, tocar el violín y soplar gaitas no son actividades propias de hombres de honor o de alcurnia. Dichas actividades vierten un dulce veneno en sus oídos y afeminan sus mentes”.
Fuente: LA NACION - Espectáculos