Un 2016 inolvidable
Vino Jonas Kaufmann, volvieron Barenboim y Argerich, hubo homenajes y consistencia en la lírica
A la hora de hacer balances, la primera y más espontánea tendencia es la de la enumeración de esos momentos gloriosos que laten en la memoria, aún largos meses después de haber tenido lugar. Y ciertamente, en este 2016 hubo muchas presentaciones que, bajo esta perspectiva, lo harían tal vez el más relevante de los últimos años. Pero una mirada más amplia permitiría observar que, por fuera de esos eventos mágicos, tuvieron lugar otros acontecimientos y concreciones que también han hecho de este 2016 que ya finaliza, un año de otra dimensión.
En primer lugar, habría que señalar que éste fue el Año Ginastera, al cumplirse un siglo de su nacimiento y aun cuando, quizás, ningún concierto u ópera alcanzó una altísima realización, fue fantástico que se recordara e interpretara abundantemente al gran compositor argentino, desde su temprano nacionalismo modernista hasta su intrincado neoexpresionismo final. También es de señalar, una vez más, que la actividad musical ha sido colosal. Simplemente mirando a Buenos Aires y alrededores, no podemos dejar de admirarnos de la apabullante oferta de música clásica, desde los más selectos abonos de conciertos y de óperas, públicos o privados, hasta los más loables conciertos que los gestores culturales y los músicos argentinos generan y desarrollan haciendo que nuestra ciudad sea una de las metrópolis con más actividad musical en el mundo entero. Pero habría que señalar, además, que también hubo óperas y conciertos en todo el territorio argentino, dentro de una tendencia creciente que los porteños, habitualmente enfrascados en nosotros mismos, dejamos de percibir.
El Teatro Colón desarrolló una temporada operística con algunos puntos sobresalientes. También, dentro de las paredes del teatro de la calle Libertad, hubo conciertos memorables organizados por el mismo teatro y por otras sociedades de conciertos. Y también hubo numerosos espectáculos en teatros, museos y ámbitos de los más diversos organizados por las ya tradicionales sociedades privadas de ópera y de conciertos. Por segundo año consecutivo, la Sinfónica Nacional siguió con su temporada en la Ballena Azul del CCK con un evento puntual destacadísimo, cuando Krzysztof Penderecki, posiblemente el compositor vivo más reconocido en todo el mundo, se paró frente a la orquesta para dirigir un concierto sólo integrado por obras propias. Y si de orquestas hablamos, no hay que olvidar la permanencia de la Filarmónica de Buenos Aires y el gran nivel que ahora demuestra la Estable del Colón.
Por último, ahora sí, en el concreto terreno de la enumeración de eventos imborrables, no se puede dejar de recordar la increíble puesta que Sasha Waltz hizo de Dido y Eneas, la esperadísima reaparición de Marcelo Álvarez, en Tosca, el debut argentino de Die Soldaten, de Zimmermann, y las puestas de Macbeth, a cargo de Marcelo Lombardero, y de Porgy and Bess, por la Ópera de la Ciudad del Cabo.
Y en el terreno de las individualidades, una vez más, Martha Argerich, con la WEDO, el inigualable Jonas Kaufmann, Maxim Vegerov, junto a Roustem Saikoulov, la asombrosa Lisa Batiashvili, Nelson Goerner, que, por suerte, se empecina en regresar todos los años al país, y orquestas tan fantásticas como la Filarmónica de Israel, con el eterno Zubin Mehta, la de Bamberg, con Jonathan Nott, la de Santa Cecilia, con Antonio Pappano, la Filarmónica de Hamburgo, con Kent Nagano, la Tonhalle Zurich, con Lionel Bringuier y la WEDO, con Barenboim. Y para dar a entender que no todo fue tan mágico, también habría que recordar que René Fleming pasó casi sin dejar huella y que Lang Lang, una vez más, mostró su consabido virtuosismo sin sustancia.
Para finalizar, una última mención a la aparición de una nueva generación de jóvenes músicos argentinos que asumieron protagónicos líricos e interpretativos en gran nivel. Como para seguir creyendo que lo mejor siempre es lo que está por venir.