La conquista de una cumbre
Sinfonía N° 8 de Gustav Mahler / Dirección: Enrique Arturo Diemecke / Solistas: Jaquelina Livieri, Daniela Tabernig, Paula Almerares, Guadalupe Barrientos, Alejandra Malvino, Enrique Folger, Alejandro Meerapfel y Fernando Radó, Orquesta y Coro Estables, Coro Polifónico Nacional y Coro de Niños del Teatro Colón / En el Teatro Colón.
Nuestra opinión: muy bueno
La interpretación de la octava sinfonía de Mahler genera una expectativa descomunal. La desmesura del orgánico que es necesario, aun cuando el célebre millar original se reduzca a "apenas" unos trescientos músicos y cantantes, promueve un interés especial. Para que todo saliera ordenado, estuvo Enrique Arturo Diemecke, que dirigió a esta apoteosis paradigmática del romanticismo tardío de memoria.
La ingeniería para ubicar a todos los involucrados no era sencilla ni habitual. La distribución espacial no admitió reparos, pero la percepción de la obra adoleció de algunos inconvenientes acústicos. La orquesta, muy abigarrada, fue ubicada por sobre la tarima que cubre el foso. Por delante de ella, los solistas y, por detrás, el doble coro en las gradas posteriores. La campana acústica albergó a los coros, en tanto que a ambos costados de la orquesta pendían los telones azules con aberturas que conducían a los laterales internos del escenario, y más adelante aún, los palcos de proscenio. Puede ser que ésa haya sido la causa de que el coro sonara casi lejano, mucho menos grandioso de lo que podía preverse. En la majestuosa primera parte, el coro no pudo aportar la magnificencia que el texto y la partitura le adjudican y fue difícil discernir las infinitas ideas y detalles. En sentido contrario, en la segunda parte, menos abigarrada y densa que la primera, hubo pasajes con desequilibrios inadecuados, como cuando las flautas, casi en soledad, cubrieron al doble coro masculino en el "Waldung, sie schwankt heran".
Con todo, la interpretación de Diemecke y la multitud fue admirable. Los solistas fueron intachables. De entre ellos, sobresalieron Jaquelina Livieri, Guadalupe Barrientos y Fernando Radó, los más jóvenes del plantel: toda una señal. También hay que destacar al concertino Oleg Pishenin. Impecables el Coro Polifónicos y el Estable, como también el de Niños. También es de señalar el buen trabajo general de la Estable.
Diemecke fue el hacedor del milagro. Aportó una teatralidad pertinente para esta sinfonía al ubicar en los finales de ambas partes a un sexteto de bronces en un palco posterior del primer piso, así como a Paula Almerares para el breve pero significativo papel de la Mater Gloriosa. En el final, los rostros de satisfacción abundaron en el escenario. Motivos no faltaban.
Fuente: Pablo Kohan | Para LA NACIÓN