Con el freno de mano puesto
Nadie está obligado a apreciar aquello que contraría sus gustos o que se maneja con códigos que no comprende.
Si de música hablamos, queda claro que todos los cambios que se fueron dando a lo largo de la historia siempre causaron escozores e incomodidades.
Pero no mucho más que ello. Los avances, aun los más osados, de Händel, Mozart, Beethoven, Berlioz o Wagner podían generar desaprobaciones o disconfomidades, pero lo que se planteaba no era ajeno u opuesto en grado radical a los paradigmas culturales y sonoros de cada época. Por el contrario, las transformaciones que se implementaron en el siglo XX, drásticas, claramente provocadoras, si no extremistas, dieron lugar, por primera vez, a reacciones enconadas, a discusiones enojosas y a exacerbaciones manifiestas. Queda claro que aquellos que reaccionaban con distinto grado de reprobación ante las nuevas propuestas no podían ni pueden ser tachados de pretéritos o arcaicos.
Las aceptaciones o las recusaciones son individuales y subjetivas y, por lo tanto, todas dignas de respeto. Pero hubo algunos críticos a las novedades que dejaron sentencias memorables. Colin Wilson fue un brillante filósofo y escritor inglés cuya obra editada es descomunal y abarca todo tipo de temáticas. Pero en Brandy of the damned, publicado en 1964, entre otras materias, Wilson se detiene en la música y se explaya largamente. Ahí está su opinión sobre Alban Berg. Para expresar su condena al autor de Wozzeck y Lulu, Wilson recurrió a una metáfora automovilística. Cáustico, escribió: "Berg me recuerda a un hombre que conduce el auto con el freno de mano puesto, pero que, tercamente, se niega a reconocerlo. Obstinado, continúa sin detenerse a pesar de que el coche desprende un fuerte olor a goma quemada".
Fuente: Pablo Kohan | Para LA NACIÓN