De caballeros y cocheros
Casi como una partida de nacimiento de lo que fue el nacionalismo musical ruso, el 9 de diciembre de 1836, en el Gran Teatro Imperial Kamenny de San Petersburgo, Mikhail Glinka estrenó Una vida por el zar, una "ópera patriota trágico-heroica" en cuatro actos y un epílogo.
Originalmente, Glinka había concebido este drama musical con el título de Ivan Susanin, en reconocimiento al campesino devenido en héroe nacional cuando, en los tiempos de la Guerra Ruso-Polaca de comienzos del siglo XVII, sacrificó su vida para salvar la de Miguel I, el primer zar de la dinastía Romanov. Sin embargo, poco antes del estreno, para que quedara más en claro el mensaje y el contenido, cambió el nombre de la ópera por el cual es conocida hasta la actualidad. Para Una vida por el zar, Glinka tomó como modelo a la grand opéra francesa, un tipo de espectáculo escénico tendiente a lo ostentoso, con temas históricos, escenografías lujosas, pasajes generosos para la danza y elencos abundosos. El toque distintivo en este homenaje casi explícito, si no francamente complaciente, al zar Nicolás I, que era quien dirigía los destinos del imperio en esos años, es que la ópera incluye melodías y pautas de danzas propias de la música popular rusa, un material que, hasta ese momento, no tenía cabida en el ámbito de la música académica. La reacción de los círculos aristocráticos fue la de la sorpresa y la del desagrado. En los palacios y los salones de San Petersburgo se decía que era una pena que esa ópera "estuviera repleta de música para cocheros". El comentario llegó hasta Glinka. El compositor, que estaba muy satisfecho con su creación, respondió con elegancia: "Es correcto e incluso justo lo que dicen porque los cocheros son mucho más sensibles que los caballeros".
Fuente: Pablo Kohan | LA NACIÓN