Gran concierto de la Camerata Salzburg
Johann Christian Bach, Mozart y Schubert en excelentes manos
La gran variedad del clasicismo en interpretaciones magistrales
Con una afinación, precisión y cohesión irreprochables, el violinista y el ensamble austríaco deleitaron con sus versiones de tres obras de Johann Christian Bach, Mozart y Schubert
Pablo Kohan, para La Nación
Camerata Salzburg. Violín y dirección musical: Giovanni Guzzo. Programa: Johann Christian Bach, Sinfonía en sol menor, Op. 6, Nº6; Mozart, Concierto para violín y orquesta Nº5, K. 219; Schubert, Sinfonía Nº5 en Si bemol mayor, D.485. Mozarteum Argentino. Teatro Colón.
Nuestra opinión: muy bueno
Una orquesta de cámara que porta como nombre Camerata Salzburg, inevitablemente, remite al clasicismo. En su haber se encontrarán obras de la segunda mitad del siglo XVIII; alguna anterior, alguna posterior. Esto, para cierta mirada, podría parecer una limitación. Sin embargo, a la luz de lo ofrecido en el Colón, no hay demarcaciones temporales o estilísticas que impliquen ningún demérito cuando en un mismo concierto fluyen, impecablemente interpretadas, obras muy diversas, aun dentro de las fronteras de ese período.
La Camerata Salzburg, con más de medio siglo de existencia, es una característica orquesta clásica con una veintena de instrumentistas de cuerdas más, apenas, una flauta, dos oboes, dos fagotes y dos cornos, exactamente un orgánico similar con el que contaban Haydn o Mozart hacia 1780 cuando pensaban en sus sinfonías. Y si bien algún amante de las interpretaciones históricamente informadas hubiera preferido cuerdas de tripa e instrumentos de viento sin llaves, el sonido y las interpretaciones de esta orquesta austríaca no tuvieron contradicciones de ningún tipo. Sus lecturas y sus realizaciones fueron diferentes y muy apropiadas para cada una de las tres obras que eligieron para conformar un repertorio variado y muy atractivo. Desde una silla apenas más elevada que las de sus cómplices de tareas, Giovanni Guzzo, violín en mano y ocupando la posición del concertino, desde su rincón y siempre tocando el violín, condujo a la orquesta con gran presencia, muy involucrado con miradas y movimientos vehementes. Bien entrenados en el trabajo en conjunto y más que probos cada uno con su instrumento, los músicos de la Camerata sobresalieron por una afinación general irreprochable y una cohesión y precisión impolutas a lo largo de todo el concierto.
El muestrario de bellezas clásicas comenzó con la Sinfonía en sol menor, de Johann Christian Bach, el menor de los hijos de Johann Sebastian que, en Londres, donde se radicó en 1762, produjo una serie de sinfonías, en general, poco interpretadas. Incluido por cierta historiografía dentro de los precursores de la sinfonía clásica, y no más que eso, Johann Christian ha quedado relegado a esa categoría de mero antecedente que no le hace justicia. Esta Sinfonía en sol menor es una muestra cabal de un compositor talentoso que fue capaz de dejar las galanuras características de ese clasicismo de refinamientos cuidadosos y poco acuciantes para crear una obra dramática, cambiante y muy bien escrita. Con un movimiento lento central que se extiende más que la suma de los dos movimientos rápidos que lo flanquean, todos en modo menor, la obra gozó de una interpretación sumamente expresiva sin que asomaran emocionalidades inadecuadas.
A continuación, para aportar al conocimiento de las diferentes bellezas que puede ofrecer el clasicismo, Guzzo, ahora como solista y parado frente a la Camerata, dirigió el Concierto para violín y orquesta Nº5, de Mozart, escrito apenas un lustro después que la sinfonía del Bach londinense. Mayormente galante (Mozart nunca dejó de incluir sorpresas que se oponían a las mejores delicadezas), equilibrado, bellísimo y bien escrito en la contraposición y la suma del violín y la orquesta, el Concierto sonó bellísimo. Guzzo se mostró certero, con un sonido recatado y expresivo a la vez. En especial, se lució en el episodio en modo menor del tercer movimiento, el que le valió a este concierto el apelativo de Concierto turco. Tras los merecidos aplausos, Guzzo interpretó el primer movimiento de la Sonata para violín solo en mi menor, de Eugene Ysaÿe. Tal vez imbuido de los aires y aromas del clasicismo, a su muy correcta interpretación le hubiera venido bien mayor fogosidad y una emocionalidad romántica más explícita.
En el final, la Camerata Salzburg continuó con su muy buena presentación y, para demostrar que hubo otras propuestas dentro del clasicismo, trajeron la Sinfonía Nº5, de Schubert, escrita a los diecinueve, en 1816, una sinfonía con algunas reminiscencias mozartianas a las que, con toda su genialidad, Schubert supo agregarle su impronta, sus propias bellezas melódicas y sus osadías armónicas. La Camerata en pleno –con la flauta y los fagotes que no habían estado en la primera parte– ofreció una interpretación consumada con otras dinámicas, otras intensidades, pausas y sincronizaciones y sabiendo destacar todas las intenciones que Schubert puso en general y en cada uno de los cuatro movimientos. Fuera de programa, Guzzo, nacido en Venezuela, comunicativo y sonriente anunció que, para terminar, tocarían algo de Strauss. Ese algo, estupendamente interpretado, fue Éljen a Magyar!, una polca efusiva, bailable, estimulante y, ciertamente, nada clásica.
Fuente: LA NACION - Espectáculos - Martes, 6 de junio de 2023