Descubrí la música
novedades 08.03.2023

Resurrección, un espectáculo rutinario e inconexo

Castellucci degradó a la Sinfonía Nº2 de Mahler a la categoría de música incidental

La desconexión entre la alegoría de Castellucci y el dramatismo de Mahler

La apertura de la temporada del Teatro Colón, que se realizó anoche en La Rural, destaca el trabajo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados usándolo para “ilustrar” la partitura del compositor austrobohemio, fundamental para entender la música del siglo XX

Resurrección, espectáculo escénico de Romeo Castellucci sobre la Sinfonía Nº2, “de la resurrección”, de Gustav Mahler. Solistas: Jaquelina Livieri (soprano), Guadalupe Barrientos (mezzosoprano), Grupo Vocal de Difusión, Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Charles Dutoit. Dirección escénica, vestuario e iluminación: Romeo Castellucci. Apertura de la temporada del Teatro Colón, en La Rural. Nuestra opinión: regular.

Pablo Kohan, para La Nación

Desde su fundación, hace más de un siglo, esta debe haber sido la primera vez que el Colón inaugura su temporada fuera de su maravilloso edificio histórico. Dentro de su proyecto “Colón en la Ciudad” y conmemorando los cuarenta años de la recuperación de la democracia en nuestro país, en el Pabellón Ocre de La Rural se montó, con una producción digna del mayor de los elogios y seguramente costosa, un escenario elevado, amplísimo y despojado cuya base es una explanada de tierra informe y despareja. Por delante, como si de un foso se tratara, se ubicó la Filarmónica de Buenos Aires y, a ambos costados de ella, a muchos metros de distancia, separados por género (a un lado, los tenores y bajos; al otro, las sopranos y las contraltos) del Grupo Vocal de Difusión, un coro no profesional cuya presencia, en lugar del Coro Estable del Teatro Colón, no fue aclarada. La organización contempló, además, un prolijo ingreso -que implicó citar al público a hacerse presente una hora antes del comienzo- para ubicar a dos mil personas en sillas ubicadas en gradas escalonadas, enfrentadas al escenario y al foso. Una multitud de trabajadores del teatro se manejó como para que, efectivamente, a las 20.30, con todo absolutamente controlado, se apagaran las luces y comenzara Resurrección. Sin embargo, lo que aconteció luego, visto desde múltiples puntos de observación y consideración, no se correspondió con tanto esfuerzo.

La reconstrucción del trabajo del Acnur de la ONU, que incluye una retroexcavadora en escena e impactantes réplicas de restos humanos para recrear la investigación de una fosa común

Resurrección es un espectáculo de Romeo Castellucci, un notabilísimo director teatral y dramaturgo irreverente y vanguardista de historia gloriosa que enamoró (y enamora) a quienes le reconocen un talento deslumbrante. Pero, en esta ocasión, su creatividad lo movió a producir un híbrido que hace agua por varios ángulos apoyándose, y en este caso, sí cometiendo un gran pecado al degradar a la monumental y magistral Sinfonía de la resurrección de Mahler a la categoría de mera música incidental. Si el concepto de “resurrección” excede largamente al teológico para adquirir múltiples significaciones desde la filosofía, la antropología, la psicología y, en general, desde las ciencias sociales en su conjunto, Castellucci eligió resemantizarlo en una historia de altísimo valor simbólico, pero cuya narración cabe en un párrafo.

Una muchacha, buscando a su caballo en un descampado, tropieza con lo que sospecha que es un resto humano. Acuden agentes del Alto Comisionada de la ONU para los Refugiados (UNHCR, por las siglas en inglés que los identifican en escena; ACNUR, en castellano) y descubren una allí una fosa común. Unos veinticinco agentes van desenterrando uno a uno a quienes fueron víctimas de alguna de las innumerables atrocidades que el género humano ha infligido en sus congéneres a lo largo de los siglos. Los cadáveres descompuestos son colocados, meticulosamente, sobre bolsas rectangulares blancas que se multiplicarán sobre todo el descampado. Esa única acción escénica -tediosa y reiterada- se extiende por unos sesenta minutos. Luego de clasificarlos, ordenadamente, transcurren otros quince minutos en los cuales, los restos -luego de ser cerradas esas bolsas- son retirados en tres camionetas de la ACNUR que se los llevan, entendemos, para continuar su trabajo de investigación y finalmente darles un entierro digno. En los últimos instantes, sobre el terreno, ahora vacío, cae una lluvia tenue. Esa acción tiene lugar a lo largo de unos noventa minutos. Por “debajo”, sin ninguna conexión ni directa ni indirecta con lo que acontece dramáticamente, pasó la Sinfonía Nº2, de Mahler.

La idea de Castellucci es válida, de alto contenido simbólico y de múltiples lecturas y decodificaciones posibles. Pero, artísticamente, el espectáculo es fatigoso, reiterado, rutinario y sin justificación musical ninguna. Hay una contradicción indisoluble entre la propuesta musical de Mahler y la escénica de Castellucci. Frente al avance lento y repetitivo hasta la exasperación de Castellucci, Mahler, en su segunda sinfonía, avanza poética y consistentemente en la construcción de un discurso poderoso y pletórico de ideas, con cambios, sutilezas, contrastes, armonías novedosas y planteos estéticos que encadenan una sinfonía admirable desde la marcha fúnebre inicial hasta el canto pleno y final en el cual se manifiesta la idea abstracta y metafísica de que habrá vida después de la muerte. Independientemente de lo que suena “por debajo”, “arriba”, en el escenario, todo sucede igual. Dos ejemplos: en el final del primer movimiento, Mahler anticipa lo que serán los clusters musicales del siglo XX. El momento es de un dramatismo trágico sobrecogedor, conmocionante. Pero en el escenario, todo continuó igual. Opuesto al drama del primer movimiento, el segundo es un Ländler danzable, vital, bello y cambiante. Arriba, la rutina de desenterrar cadáveres seguía inamovible y constante.

La última deficiencia, y tal vez la más dolorosa, fue el de la interpretación musical. Seguramente Charles Dutoit y la Filarmónica de Buenos Aires deben haber tocado como los dioses. Los quilates de la orquesta y los de este egregio director hacen suponer que así debe haber sido. Pero la apreciación fue imposible porque la amplificación fluctuó entre lo desmesurado y lo desequilibrado. Hubo estridencias innecesarias, empastamientos molestos y ausencias patéticas. Antes del ingreso del coro, en el último movimiento en el original, Mahler hace dialogar a las flautas con trompetas ubicadas fuera del escenario. Esa exquisitez fue reemplazada por una insustancial sumatoria de sonidos de la cual no fueron responsables ni los flautistas ni los trompetistas. Y puede considerarse una falta de respeto para con Jaquelina Livieri y para con Guadalupe Barrientos, las dos solistas, quienes, invisibles, tuvieron que cantar desde algún lugar del foso. Por supuesto, los textos de Urlicht, el cuarto movimiento, y los de la resurrección final, no tuvieron traducción ni subtitulados de ningún tipo. En este contexto, aún con algunas afinaciones inexactas, el Grupo Vocal de Difusión no desentonó y cumplió con su tarea.

A la salida, concretamente, se escuchaban comentarios desfavorables. En la larga cola frente a las cajas para abonar el estacionamiento, las manifestaciones de fastidio eran mayoría. Pese a esto, posible y paradójicamente, todos aquellos que estuvieron en La Rural seguramente no olvidarán la inauguración (ectópica) de la temporada 2023 del Teatro Colón.

 

 

 

Fuente: LA NACION - Espectáculos - Miércoles 8 de marzo de 2023

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