Anna Netrebko brilló haciendo Tosca
Excelente actuación de la gran soprano rusa para el cierre de la temporada lírica del Teatro Colón
Anna Netrebko creó una Tosca para el recuerdo
La primera de las tres funciones de la ópera que encabezará la soprano rusa subrayaron su presencia escénica y su talento inmenso para el cierre de la temporada lírica del primer coliseo
Pablo Kohan, para La Nación
Tosca, ópera de Giacomo Puccini. Elenco: Anna Netrebko (Tosca), Yusif Eivazov (Mario Cavaradossi), Fabián Veloz (Scarpia), Luis Gaeta (sacristán), Mario de Salvo (Angelotti), Iván Maier (Spoletta), Cristian de Marco (Sciarrone), Claudio Rotella (carcelero) y Guadalupe Fustinoni (pastor). Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Puesta en escena original: Roberto Oswald. Director de escena: Aníbal Lápiz. Dirección musical: Michelangelo Mazza. Función Estelar.
Nuestra opinión: muy bueno
En marzo, el año lírico se inició, en el Colón, con La Bohème y, simetría poco virtuosa, en el final de la temporada, llegó Tosca. Habida cuenta del exiguo número de óperas que se ofrecen anualmente en el teatro, Puccini -sin lugar a dudas un operista magistral, pero no el único merecedor de tal distinción estadística- se quedó con el 25 por ciento del total. Pero hubo diferencias entre aquella Bohème y esta Tosca.
En la ópera inaugural, con un elenco sin grandes estrellas, lo que se celebraba, y no era poca cosa, es que, en el incipiente y receloso tiempo del comienzo de la pospandemia, todavía con dolores y heridas recientes, muchas dudas y tapabocas obligados, se abría una temporada y era suficiente motivo para festejar. En el final, en cambio, la realidad y las expectativas eran otras. Se programaron un total de diez funciones, un triple elenco y el curiosísimo caso de dos directores musicales diferentes para una misma puesta operística. Pero, sobre todo, hubo un nombre que terminó por dejar a absolutamente todo el resto en un segundo plano. En tres oportunidades, el rol protagónico de esta ópera iba a estar en la voz, el cuerpo y el arte superior de Anna Netrebko, hoy por hoy, un nombre icónico e indiscutido en el mundo de la lírica que, sabido es, está envuelta en cancelaciones cuya pertinencia o lógica es materia constante de disputas y divergencias.
Netrebko y su marido, el tenor Yusif Eyvazov, de muy buen desempeño en su rol
Quien esto escribe, tuvo la oportunidad, hace exactamente un mes, de observar en vivo la puesta que de esta misma ópera se realizó en el Metropolitan Opera House neoyorquino y que, según el anuncio oficial original del teatro, anterior al conflicto Rusia-Ucrania, iba a contar con la participación de Netrebko. Sabido es, la gran soprano rusa fue excomulgada (aunque, educadamente, se dice “cancelada”) y, en su reemplazo, fue convocada Aleksandra Kurzak, una muy buena soprano polaca. Pocas veces, o quizás, nunca, podemos afirmar, con total certeza y sin necesidad de escribanos, que la Tosca del Colón (el personaje, no la ópera) fue claramente superior a la Tosca del Met. La interminable ovación clamorosa, ruidosa, tribunera y justificadísima que continuó a “Vissi d’arte”, el aria que la sufrida y violentada Tosca canta en el segundo acto, puede oficiar de testimonio de lo que Netrebko puede provocar, tal vez, como nadie. Y si el frenesí de ese momento terminó fue porque Anna se movió en el escenario y dio a entender al público que ya era suficiente y que la ópera debía continuar.
De principio a fin, todas sus intervenciones, en las que aplica todo tipo de inflexiones, interpretaciones, sutilezas y certezas vocales y artísticas contundentes, fueron admirables. Con todo, si una golondrina no hace verano, una cantante, aún la más extraordinaria, tampoco puede sostener solita una ópera, un espectáculo en el que coinciden y confluyen otros cantantes, músicos, ideas escénicas y concepciones estéticas. Y en este sentido, no todo fue excelso. Para esta ocasión, Aníbal Lápiz dirigió la puesta que Roberto Oswald diseñó y realizó hace exactamente treinta años y que, como era su característica, luce monumental, hiperrealista en recrear los ámbitos de 1900 y también abundante en personajes que se acumulan en el escenario e insistente en agregar detalles y vestuarios lujosos no estrictamente necesarios.
La terraza del Castel Sant’Angelo donde será fusilado Cavaradossi (por un copioso batallón de una docena de soldados) no es un lugar despojado sino una suma de planos, escalones y muros macizos, todo coronado por una estatua imponente. Esa majestuosidad, de alguna manera, le resta intimidad a las reflexiones finales de quien habrá de ser ajusticiado o al diálogo de Floria y Mario que, ilusionados, esperan por un futuro que no habrá de llegar. Aun cuando este tipo de puestas son, efectivamente, modelos de concepciones de otros tiempos, cuando, tal vez, lo escenográfico primaba por sobre la dirección teatral, su realización fue impecable.
"Vissi d’arte”, el aria que la sufrida y violentada Tosca canta en el segundo acto, ofició de testimonio de lo que Netrebko puede provocar, tal vez, como nadie
También fueron muy logradas las participaciones de Yusif Eyvazov y de Fabián Veloz. Con su timbre peculiar y todas sus capacidades, Eyvazov construyó su Cavaradossi con suficiencia y arte. Todos los que van a ver Tosca esperan, por supuesto, el momento del tercer acto en el cual el tenor canta “E lucevan le stelle” y Eyvazov -a quienes muchos gustan de denostar con el peyorativo apelativo “el marido de Netrebko”- actuó y cantó con gran sensibilidad la tristeza de quien se despide sosteniendo que amó la vida. Fabián Veloz, con las capacidades que se le reconocen, estuvo a la altura de las circunstancias y construyó un Scarpia detestable. Sin amilanarse ante sus coequipers, Fabián se lució cuando Scarpia canta su horrendo credo, en el final del primer acto. El asunto es que estando Netrebko en escena, las comparaciones y el establecimiento de paralelismos son inevitables y esas distancias, para ambos, fueron algo desventajosas. Y ese “algo” se transforma en “mucho” con el resto del elenco que, aun cuando son personajes ocasionales en mayor o menor medida, estuvieron, esencialmente, por cuestiones de caudal y presencia, en otra dimensión.
La orquesta (salvo un poco feliz comienzo del tercer acto a cargo de los cornos), el coro y el coro de niños, tuvieron una buena actuación bajo la muy experta mano de Michelangelo Mazza. En el final, el aplausómetro premió generosamente a Veloz y a Eyvazov, como se lo merecían, y estalló descomunal para agradecer a Anna Netrebko. Todas las expectativas habían sido cumplidas.
Fuente: LA NACION - Espectáculos - Viernes,25 de noviembre de 2022