Powder her face
Una obra que replantea los caminos de la ópera
Una ópera admirable y de rigurosa actualidad
Pablo Kohan
Powder her face, ópera de Thomas Adès sobre libreto de Philipe Hensher. Elenco: Daniela Tabernig (la duquesa), Oriana Favaro, Santiago Burgi y Hernán Iturralde. Ensamble de cámara dirigido por Marcelo Ayub. Director de escena: Marcelo Lombardero. Ópera de Cámara del Teatro Colón. Centro Cultural 25 de Mayo.
EXCELENTE
Powder her face, literalmente, "Empolva su rostro", perturba con un título tan ambiguo como provocador. Su argumento, a partir de un libreto sumamente original, parte de un hecho real que sacudió a la Inglaterra de hace varias décadas a partir de las conductas sexuales de una dama de alta alcurnia que, dejando de lado las reglas y conductas de comportamiento que debería mantener ya no una duquesa sino cualquier mujer, lleva adelante una vida sexual intensa, que sería normal y hasta alabada en un varón que de tal se precie, y que, por el contrario, condenaría, como efectivamente habrá de suceder, a la mujer que la practique. En este sentido, esta ópera, estrenada en 1995, no hace sino darle esa significación especial que las óperas de este tiempo pueden ofrecer en el sentido de interpelar a los públicos con problemáticas propias del hoy y ahora. Concretamente, en este presente de “Ni una menos”, “Me too” o, en términos de ceñidísima actualidad argentina, “Mirá cómo nos ponemos”, Powder her face es una obra definitivamente pertinente para replantear los caminos de la ópera en cuanto a si tiene que cerrarse en problemáticas y argumentos propios de avatares y paradigmas de otras épocas o si debería pensarse en relación a las temáticas de los siglos XX y XXI.
Pero además, en cuanto a los componentes estrictamente artísticos, tanto los musicales como los teatrales, Powder her face es una obra admirable por donde se la mire. Su libreto importuna al público desde lo más simbólico hasta lo más evidente, su música, con recursos muy variados y todos rigurosamente actuales, dota de dramaticidad al avance argumental y es de una altísima exigencia vocal, sin propuestas que violenten las posibilidades humanas de la voz, viabilidades muchas veces olvidadas por compositores que privilegian los aspectos musicales por sobre las capacidades de una laringe y su humilde par de cuerdas vocales.
Los cuatro cantantes que deben llevar adelante una multiplicidad de personajes, tienen todos un desempeño sobresaliente. Daniela Tabernig, Oriana Favaro, Santiago Burgi y Hernán Iturralde ofrecen actuaciones vocales y actorales insuperables. En las escenas de conjunto, no hay ninguno que desentone y ninguno que asuma una actitud individual que desnaturalizaría lo que cada situación exige. Pero, al mismo tiempo, Adès le da a cada uno al menos un aria de altísimos requerimientos. Oriana Favaro compone una camarera deseosa de ser rica como la duquesa con una convicción y una ambición impecables. Santiago Burgi se asume como un excelente crooner cuando, con modos “sinatrescos”, canta las bellezas de la duquesa. Hernán Iturralde muestra, con contundencia y de modo despiadado, el peor cinismo cuando, como juez, con sus perversiones ocultas, condena las conductas disolutas de la duquesa y exculpa los libertinajes de su marido. Y, por último, ahí está Daniela Tabernig, cuya actuación y canto, de principio a fin, la elevan a un plano consagratorio. El aria final, cuando la duquesa comprueba su decadencia ya irremediable es perfecta, musical, artística y profundamente conmovedora.
Por último, los tres responsables generales. En primer lugar, Thomas Adès, un inglés que tenía 24 años cuando escribió esta obra maestra, una ópera de cámara para cuatro cantantes y quince instrumentistas que apela a infinitos recursos para elaborar un discurso musical sumamente atractivo y de alta teatralidad. Marcelo Ayub, al frente de la orquesta y de los cantantes, que, estricto y libre a la vez, dirigió a todos de maravillas. Y Marcelo Lombardero, hoy por hoy, el puestista de ópera más notable de Argentina que, como siempre, deslumbra con sus ideas escénicas, con indicaciones actorales más que apropiadas y con la aplicación de recursos físicos y tecnológicos para que la ópera no sea sólo música sino un auténtico espectáculo escénico capaz de seducir, motivar e interpelar al público del mismo modo que lo pueden hacer una película, una novela o un drama teatral de la más rigurosa actualidad.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 30 de diciembre de 2018