Anna Pirozzi, una Norma para el recuerdo
Gran actuación de la soprano italiana en la puesta del Colón
Anna Pirozzi creó una Norma para el recuerdo
Pablo Kohan
Norma, de Vincenzo Bellini, con Anna Pirozzi (Norma), Annalisa Stroppa (Adalgisa), Héector Sandoval (Pollione), Fernando Radó (Oroveso), Guadalupe Barrientos (Clotilde) y elenco. Puesta en escena: Mario Pontiggia. Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Dirección: Renato Palumbo. Abono Vespertino. Teatro Colón.
MUY BUENO
Norma es una de las poquísimas óperas que, a su manera, tiene intérpretes icónicas y referenciales. Han abundado excelentes cantantes femeninas que protagonizaron papeles tan trascendentes como Carmen, Isolda o Tosca. Pero con Norma, ahí está, intocable e imbatible, Maria Callas quien, hace setenta años, la extrajo del desván de las óperas menores para darle otra dimensión y dejar una huella eterna. Su imagen y sus registros permanecen, todavía, inquebrantables. Entre las grandes sopranos que lograron entender y asumir las infinitas dificultades que plantea la sacerdotisa druida, hay que recordar, especialmente, a Joan Sutherland y a Montserrat Caballé. Después de haberla observado en vivo y en directo en el Colón, no es aventurado imaginar que la napolitana Anna Pirozzi, más temprano o más tarde, se ubicará también dentro de esa ilustrísima galería.
Más allá de las pobrezas argumentales de un libreto absolutamente propio de un romanticismo, en este caso, de poca altura y lindante en lo ridículo (nadie camina feliz a su hoguera mortuoria), la música de Bellini es bellísima. Después de todo, Norma es la piedra basal del romanticismo musical italiano y el personaje central de la ópera, aún con sus incongruencias, resume actitudes, conductas y dramas que anticipan a las heroínas románticas por venir. En sus dos actos, Norma atraviesa todas las vivencias y todos los conflictos. La sacerdotisa es pasional, sufre contradicciones entre el amor y sus deberes sacros, es maternal, es posesiva y celosa y fluctúa entre la resignación y la venganza más despiadada. Y por sobre todo eso, que implica diferentes voces e intenciones interpretativas, Bellini no ahorró coloraturas ni dificultades técnicas en arias y dúos por doquier. Anna Pirozzi, con una solvencia y una ductilidad extraordinaria, no sólo que se mostró absolutamente segura sino que ofreció emocionalidad, sensibilidad y una expresividad sobresalientes. “Casta diva”, la célebre aria del primer acto, fue un momento verdaderamente sublime. Por supuesto, en el final, fue la depositaria directa de todos los aplausos y de todos los estruendos.
Menester es destacar, también, a Annalisa Stroppa, una mezzosoprano también italiana sumamente afinada, con bajos sólidos y agudos clarísimos. Su participación en los dos dúos que lleva a delante con Pirozzi -en especial el del comienzo del segundo acto- fue impecable. Los elogios no pueden ser dispensados del mismo modo al tenor mejicano Héctor Sandoval, con otros recursos vocales. Ciertamente, en los tríos y escenas de conjunto, la voz masculina quedaba absolutamente desdibujada si no inaudible. Aún cuando sus trabajos son de menor importancia, correctísimos fueron los desempeños de Fernando Radó y de Guadalupe Barrientos. Por último, hay que señalar las muy buenas tareas de Renato Palumbo y las del coro y la orquesta del Colón.
La puesta de Mario Pontiggia no ofreció ninguna originalidad, tan solemne y pomposa como previsible y reiterativa. Todo se remitió a indicaciones de movimientos generales, siempre simétricos y acompasados, sin que pudiera percibirse ninguna dirección actoral. Sobre el escenario, se sucedieron infinitas entradas y desplazamientos lentos de personajes, todos y todas portando báculos o cayados y luciendo túnicas o capotes relucientes y larguísimos velos inmaculados que se arrastraban generosamente por el escenario, más apropiados para una ópera versallesca que para una de la antigüedad precristiana. Oroveso, por su parte, inmóvil en un trono rústico, fue ingresado cada vez que tuvo que aparecer por cuatro esclavos de uniformes primorosos.
Seguramente, pasarán los años y Norma seguirá concitando la atención. Su música es bellísima y hasta hace dejar de lado los absurdos de un libreto hoy insostenible. Eso sí, para que tenga aceptación, siempre habrá de tener una soprano en estado de gracia como Anna Pirozzi. Porque Norma, con el mayor de los respetos para todos los involucrados, es, esencialmente, una ópera para soprano y elenco.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 4 de diciembre de 2017