Postales musicales neoyorquinas
Crónica de una semana rutilante
Postales musicales neoyorquinas
Pablo Kohan
Las grandes capitales del planeta, y al menos en estos terrenos, Buenos Aires también debe ser incluida, abruman por sus ofertas culturales. Pero en el campo de la música clásica, Nueva York aparece como imbatible. No sólo por la cantidad de espacios y la amplitud de su oferta, sino porque los nombres con los cuales se llenan esos casilleros son aquellos que todos querrían tener, aunque sea, a lo largo de una temporada. Pero en Nueva York, la casualidad, el poder, un mecenazgo largamente instituido que permite la afluencia de importantes fondos hacia el mundo de la música clásica y el turismo cultural que llega hasta la Gran Manzana y que se suma al amplio público local, dan pie a que, en una misma semana, aparezcan en las carteleras algunos de los nombres más rutilantes de la escena internacional.
En el mes de octubre, a lo largo de seis días consecutivos, en el Metropolitan Opera House, estuvieron cuatro figuras consulares del mundo lírico, en el Carnegie Hall, quien, posiblemente, sea el director de orquesta estadounidense más relevante de la actualidad y el tenor más convocante del mundo y, en el David Geffen Hall, su casa, la Filarmónica de Nueva York presentó en sociedad a su nuevo director titular.
Para una nueva producción de Sansón y Dalila, que significó el comienzo de la temporada 2018-2019 del Metropolitan, unieron talentos Roberto Alagna y la mezzosoprano dramática más notable de este tiempo, la letona Elina Garan?a. En el segundo acto, cuando Garan?a desplegó su canto, su presencia y su sensualidad, no hubo alternativa de salvación posible para el pobre Sansón. Al día siguiente, Anna Netrebko protagonizó una Aída memorable. Más allá de su reconocido despliegue teatral y su dominio escénico, la cantante rusa amplió su registro, tal como lo pudimos comprobar hace unos meses en el Colón, con unos graves sólidos, oscuros y poderosos que la consolidan, sin ninguna duda, como la mejor la soprano dramática de la actualidad. Pero en el elenco, además, para hacer el papel de Amneris, maravillosa, estuvo Anita Rachvelishvili. Salvando todas las distancias, esta mezzosoprano georgiana recuerda a la mejor Maria Callas en el sentido de que algunas (ínfimas) desprolijidades técnicas o rugosidades del canto son aplicadas para incrementar el dramatismo y el poder del canto. Al lado de Anna y Anita, los cantantes masculinos (fantástico el barítono hawaiiano Quinn Kelsey) quedaron en un irremediable segundo plano. Y, nuevamente, al día siguiente, con la eterna puesta de Franco Zeffirelli, La Bohème contó con un Rodolfo destacadísimo a cargo de Vittorio Grigolo, hoy por hoy, el gran tenor italiano en este tiempo pos Pavarotti.
Siguiendo el recuento diario y cronológico, en el Carnegie Hall, Michael Tilson Thomas, al frente de la San Francisco Symphony, dirigió un programa todo Stravinsky. Sucesivamente, la orquesta californiana, solvente y afinadísima, interpretó, Petrushka, el Concierto para violín y orquesta, con el gran violinista griego Leonidas Kavakos, y La consagración de la primavera, ciertamente, un repertorio sólo apto para orquestas y directores de muy alto nivel. En el mismo escenario, al día siguiente, Jonas Kaufmann, el tenor superstar del siglo XXI, maravilló al público del Carnegie con un recital de canciones y arias escritas para el teatro, el cine y la opereta de Berlín entre 1925 y 1935. Por último, la Filarmónica de Nueva York, ahora con Jaap van Zweden como nuevo director titular, estrenó Agamenon, un magnífico collage sinfónico de Louis Andriessen y apabulló con un sonido un tanto estridente y más noeyorquino que parisino para las sutilezas de El mar, de Debussy.
Desde nuestro maravilloso sur, todo eso resulta quizás ajeno y envidiable. Pero así como a Messi, a Ronaldo, a Djokovic o a LeBron James sólo podemos verlos por televisión, existe la posibilidad de oír y ver las óperas del Metropolitan a través de las emisiones en directo de Radio Nacional Clásica y de las transmisiones del Teatro El Nacional. Y para los melómanos con paciencia, en internet, están también los conciertos del Carnegie Hall. En vivo, las estrellas brillan en el norte. La tecnología también nos permite disfrutarlas de otras maneras.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 2-11-2018