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novedades 15.07.2018

Brahms, un nuevo milagro de Daniel Barenboim

Uno de los conciertos más conmovedores de las últimas décadas

Barenboim hizo otro milagro con Brahms

Pablo Kohan

Staatskapelle Berlin. Director: Daniel Barenboim. Programa: Brahms: Sinfonía Nº2 en Re mayor, op.73 y Sinfonía Nº1 en do menor, op. 68. Festival Barenboim. Sala Sinfónica del CCK.

EXCELENTE

Ante un concierto de dimensiones artísticas que superan las más imaginativas fantasías e, incluso, las expectativas más exigentes, se pueden dejar a un lado los modos habituales con los cuales se trabaja en la elaboración de una crítica. En este sentido, con los sonidos de la orquesta alemana todavía aleteando en la memoria, no parece desatinado comenzar con consideraciones generales que no hacen ni a la interpretación ni a las maravillas esenciales de las obras. Las emociones pueden abrirse paso y, desde la más íntima subjetividad, que, por supuesto, no tiene por qué ser compartida, se impone la necesidad de manifestar que el concierto que Barenboim y la StaatskapelleBerlin ofrecieron el viernes en la Sala Sinfónica del CCK, es uno de los más gloriosos y conmovedores que se hayan vivido en las últimas décadas.

En toda performance, término devenido desde la antropología y los estudios culturales y que es perfectamente aplicable a un concierto público, intervienen múltiples cuestiones, entre ellas, el espacio donde tiene lugar el acontecimiento y las interacciones colectivas que en él se desarrollan. Quien esto escribe ha tenido la oportunidad de observar a las mejores orquestas del mundo en sus propios teatros. El asombro y el pasmo sobrevienen indetenibles, casi con naturalidad. Pero en esta ocasión, una de las orquestas más maravillosas del planeta, dirigida por un músico que se empeña en reafirmar su condición de argentino, alcanzó ese nivel tan excelso acá nomás, en la querida Ballena azul, hoy devenida en Sala Sinfónica, una sala de gran belleza arquitectónica y de acústica perfecta. Y el público participó y le dio contexto al milagro. La recepción a Barenboim y a la orquesta fue clamorosa y, mientras el concierto se iba desarrollando, la atención y el silencio ofrecido contribuyeron a un mejor escenario. Así, el fragor del final fue mucho más que una ovación estruendosa. Todas juntas, ahí latían vivencias, felicidades y el inmenso agradecimiento por una experiencia musical artística y superior.

En el primero de los conciertos que Barenboim trajo para hacer las cuatro sinfonías de Brahms, se interpretaron, en este orden, la segunda y, luego de la pausa, la primera. Simplemente, como una enumeración de algunas de las virtudes técnicas de la orquesta, se pueden destacar el ajuste impecable, la capacidad para desplegar todas las intensidades, absolutamente todas, una afinación general irreprochable, un sonido envolvente y el talento y la ductilidad de cada uno de los solistas exhibe cada vez que la partitura lo requiere. Pero no sólo de excelencias técnicas vivirán ni el hombre ni las orquestas. En este caso, es quien estuvo a su frente el que puso todas esas virtudes colectivas al servicio de una interpretación absolutamente colosal. Brahms no escribió óperas. Pero, sin argumentos ni referencialidad alguna, sus sinfonías son auténticos dramas ya no en actos sucesivos sino en movimientos. A las dos sinfonías, Barenboim les puso intensidad, dolores, ímpetus, lamentos y ardores hasta alcanzar límites tan teatrales como los de una ópera. Las dos sinfonías interpretadas fueron dos frescos inmensos, dos catedrales magistrales.

En el comienzo de la segunda sinfonía, la orquesta sonó tersa, oscura y misteriosa. En el inicio de la primera, la misma orquesta elaboró una masa densa, impenetrable y profunda. Y tras ambos comienzos, en una y otra sinfonía, cada instante, cada pasaje, cada sección y cada movimiento tuvieron razón de ser en sí mismos y en función de una continuidad dramática impecable. Para lograr esa sucesión musical y argumental, Barenboim hizo latir cada pensamiento y le dio sentido musical y una realización impecable a cada frase. Dentro del total de excelencias y sólo por mencionar algunas, son de recordar la gracia y las exactitudes del tercer movimiento de la Sinfonía Nº2, la desbordante poesía del segundo movimiento de la primera sinfonía y la contundencia con la cual concluyó ambas sinfonías. Nunca Brahms estuvo en tan buenas manos. Nunca Brahms sonó tan categóricamente bien.

Todavía restan más funciones de Tristán e Isolda y faltan las últimas dos sinfonías de Brahms y un último concierto dedicado a Debussy y a Stravinsky. A la luz de lo ya visto y oído, no es difícil conjeturar que la StaatskapelleBerlin y Daniel Barenboim sólo harán más profunda esta huella que está llamada a ser imborrable.

 

Fuente: LA NACION - Espectáculos, 15-7-2018

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