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novedades 27.04.2018

Las glorias de la ópera napolitana

Ante el estreno de Il trionfo dell'onore

 

Las glorias de la ópera napolitana

Pablo Kohan

Desde las intuiciones o, peor aún, desde el cenagoso terreno de los preconceptos, se suele escuchar que los grandes centros históricos sobre los cuales se estableció la evolución de la música italiana fueron Venecia, Florencia, Mantua, entre otros más, todos ubicados desde el paralelo que atraviesa Roma hacia el norte. Sin embargo, nadie puede olvidarse, o, al menos, nadie debería dejar de recordar, que, en el asentamiento de la ópera italiana del barroco tardío, Nápoles fue una etapa imprescindible. Y dentro de la escuela napolitana, que le dio nuevos aires y horizontes al drama musical, el músico más trascendente fue Alessandro Scarlatti, para ciertos desconocedores de su arte, solamente el padre de Domenico, su sexto hijo y quien, esencialmente por sus sonatas para clave, habría de “apropiarse” del apellido.

La ópera nació en Florencia, hacia 1600, como un fallido intento de recuperar el antiguo teatro griego. Con sus peculiaridades, este nuevo tipo de espectáculo musical, se extendió, veloz, generoso y prolífico, por todo el norte italiano con el epicentro firmemente instalado en Venecia. Luego de la muerte de Monteverdi, en 1643, la ópera veneciana era un espectáculo fastuoso concentrado en el canto solista, una larga sucesión de recitativos y arias, sobre libretos rebuscados, si no ridículos, en los que convivían distintas líneas argumentales, tanto serias como cómicas. Ese formato operístico habría de mantenerse incólume durante varias décadas hasta que, desde Nápoles y de la mano y el talento de Alessandro Scarlatti, la ópera avanzó hacia una nueva etapa. Los napolitanos (o, sencillamente, Scarlatti) dejaron de entremezclar los tantos y asentaron una ópera seria y una ópera bufa, cada una con sus propias especificidades, instauraron la sinfonía avanti l’opera como una obertura tripartita y, fundamentalmente, le dieron identidad definitiva al aria da capo, ese tipo peculiar de canto que atrapaba a los públicos que acudían a ver óperas en la primera mitad del siglo XVIII.

Scarlatti nació en Palermo, en 1660, es decir, veinticinco años que Bach y Handel. Su formación la recibió en Roma pero su esplendor lo vivió en Nápoles, en dos estadías que se extendieron entre 1684 y 1702, y luego, desde 1708 hasta su fallecimiento, en 1725. Su producción fue asombrosa. Compuso unas seiscientas cincuenta cantatas, más de cien motetes y otras obras litúrgicas, decenas de oratorios, un importante corpus de música instrumental y, lo que le otorgó una celebridad en toda Italia, más de un centenar de óperas, todas serias salvo Il trionfo dell’onore, de 1718. Esta comedia operística, basada, libremente, en el Don Juan, de Tirso de Molina, es ahora rescatada del silencio por la Ópera de Cámara del Teatro Colón, con una puesta que será llevada adelante en el Centro Cultural 25 de mayo, un ámbito más que apropiado para este auténtico dramma giocoso napolitano.

A trescientos años de su estreno y con una tarea de reconstrucción a partir de un manuscrito bastante maltratado por los tiempos, a cargo de Manuel de Olaso, su presencia en Buenos Aires es casi un milagro. “Ver Nápoles y después morir”, repetían, orgullosos los napolitanos en todos los confines de la tierra. Mucho menos drástico y sin riesgos de ningún tipo, para conocer la gloria de la ópera napolitana, en estos días, alcanza con ir hasta el 25 de mayo y disfrutar de una ópera de Alessandro Scarlatti, un compositor maravilloso que tuvo la poca fortuna de vivir en un tiempo poco favorable para quedar en la posteridad y, ciertamente, en una ciudad a la cual cierta historiografía prefirió dejar en un injusto segundo lugar. Il trionfo dell’onore entre nosotros es una oportunidad que cuesta imaginar que vaya a tener alguna otra edición. Concretamente, es ahora o nunca.

 

Fuente: LA NACION - Espectáculos, 27-4-2017

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