Hiperromanticismo bajo control
La crítica del concierto que ofreció la Orquesta "Evgueni Svetlanov"
Tejre Mikkelsen y la Orquesta Evgueni Svetlanov
Pablo Kohan
Orquesta Sinfónica Estatal de Rusia / Solista: Philipp Kopachevsky, piano / Director: Terje Mikkelsen / Programa: Grieg: Suite de Peer Gynt; Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta N°2, op.18; Chaikovski: Sinfonía N°5 en mi menor / Nuova harmonia / En el Teatro Coliseo.
Nuestra opinión: muy bueno
Es habitual que las orquestas en gira ofrezcan conciertos con repertorios de contenidos poco riesgosos. Sin embargo, el programa traído al Coliseo por la Orquesta “Evgueni Svetlanov” sobrepasó lo usual y su propuesta, romántica hasta en las piezas fuera de programa, fue mucho más que meramente convencional. La falta de osadía, o de imaginación, se reveló no sólo con los compositores elegidos, Grieg, Rachmaninov y Chaikovsky, en ese orden, sino, además, con un repertorio conformado por obras sumamente conocidas, escritas todas en un lapso de veinticinco años, entre 1876 y 1901. Este reparo, en todo caso, puede parecer poco significativo a juzgar por lo clamoroso de los aplausos y las sonrisas finales que lucían quienes habían presenciado un concierto que tuvo, desde la interpretación, algunos momentos definitivamente sublimes.
Como todas las orquestas soviéticas o rusas de los últimos decenios, la Orquesta Sinfónica Estatal de Rusia está integrada por músicos de alto nivel y mucho oficio. Aún a riesgo de una simplificación exagerada, las orquestas rusas siempre suenan bien. En esta ocasión, bajo la dirección del noruego Terje Mikkelsen, la orquesta denotó certezas para lograr equilibrios, balances, una afinación impecable y ajustes de máxima precisión. Pero, además, la “Evgueni Svetlanov” incluye en sus filas a solistas notables como, por ejemplo, el cornista Valery Zhavonorkov, cuyo solo del segundo movimiento de la Sinfonía Nº5, de Chaikovsky fue simplemente perfecto y conmovedor.
El concierto comenzó con una suite de la música incidental del Peer Gynt, de Grieg, distinta a la consignada en el programa. Con todo, el orden y la selección de los números, seguramente determinados por Mikkelsen, denotó consistencia y atractivo. Por lo demás, la interpretación, exacta y muy expresiva, permitió admirar la eficiencia y la calidad de esta orquesta rusa. El punto más conflictivo, en cuanto a la interpretación, fue el del segundo concierto de Rachmaninov y no por carencias técnicas del solista, Philipp Kopachevsky, un brillante y joven pianista ruso (otro más…) sino porque el balance entre la orquesta y el solista no fue el mejor. Ciertamente, un concierto para piano y orquesta no es una sinfonía con piano solista y Mikkelsen, que, en la práctica, así pareció concebir la obra, ubicó a la orquesta en un poco apropiado primer plano, con volúmenes excesivos y un protagonismo poco favorable para que Kopachevsky pudiera exhibir sus muchas condiciones y discurrir con más comodidad por la partitura de Rachmaninov. Hasta tal punto fue opacado por la orquesta que hubo pasajes en los cuales literalmente no fue audible. En el segundo movimiento, cuando la orquesta se remitió a dialogar y no a competir con el pianista, se pudo percibir a un gran artista, sumamente elocuente y expresivo. Fuera de programa, a puro virtuosismo, Kopachevsky tocó la sexta danza húngara de Brahms.
Después de la pausa, se pudo disfrutar de una interpretación maravillosa de la quinta sinfonía de Chaikovsky. Sin resquemores y sin temor a la demasía, la “Svetlanov” ofreció una aproximación hiperromántica y que se reveló como más que conveniente para exponer las magias de Chaikovsky. Jugando de locales, la orquesta rusa expuso la intimidad de esta obra a través de infinitas licencias rítmicas, con fraseos de gran emocionalidad, con respiraciones amplias, bordeando el silencio en los momentos de mayor lirismo y con sonidos atronadores cuando la partitura así lo requiere. Sin lugar a dudas, Chaikovsky encontró en esta orquesta y en este director intérpretes a su medida. Luego de los aplausos, volvieron los lugares comunes y, fuera de programa, Mikkelsen condujo la obertura de Ruslan y Ludmila, de Glinka. Una pena que esta orquesta decidiera no transitar por otros caminos en los cuales, seguramente, también demostraría sus muchos valores.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 29-4-2018