Valentina Lisitsa, entre el virtuosismo y la exageración
Recital de la gran pianista ucraniana en La Usina
Valentina Lisitsa , piano / Programa: Beethoven: Sonata op 27, Nº2, "Claro de luna"; Ravel: Gaspard de la nuit; Chopin: Nocturnos opus 55, Nº2 y opus 62, Nº1 y Nº2; Mussorgsky: Cuadros de una exposición / En la Usina del Arte
Nuestra opinión: muy bueno
Valentina Lisitsa es una pianista excepcional, poseedora tanto de una técnica extraordinaria como de una personalidad avasallante. La más sencilla y objetiva de las observaciones, si hubiera que atenerse, exclusivamente, a la demostración de suficiencia, a las convicciones y a sus fenomenales destrezas, debería señalar que su recital fue una auténtica exhibición del más acabado dominio del teclado, con una gran intensidad emocional. Pero sus lecturas y los modos de recrear cada una de las cuatro obras que presentó, todas escritas en distintos tiempos y bajo diferentes estéticas, son materia opinable.
De principio a fin, Lisitsa mostró una clara tendencia a la exageración, al coqueteo con los extremos. Las intensidades frecuentaron los límites de la audibilidad y la exuberancia más fastuosa, escogió tempi más lentos o más veloces de los aconsejables para los contenidos de las diferentes obras y no se atuvo a las peculiaridades de los distintos compositores, tanto que desplegó toques similares y los mismos rubati y fraseos así con Beethoven como con Ravel. Fuera de programa, tras una ovación estruendosa que premió una performance que satisfizo largamente al público, Lisitsa tocó la Rapsodia húngara nº2, de Liszt y esta pieza fue, casi paradójicamente, la más coherente de toda la noche porque, precisamente, para tocar una rapsodia lo que se necesita es manejarse con absoluta libertad. Valentina, en su salsa, aceleró y retrasó en extremo los tempi, expuso todo el sentimentalismo, cautivó con las melodías, maravilló con su virtuosismo y tocó la obra de modo insuperable. De eso se trata una rapsodia. Pero extender los modos rapsódicos de interpretación al resto del programa, que eso fue lo que sucedió, no pareció la mejor decisión.
La Sonata "Claro de luna", escrita por Beethoven cuando Chopin ni siquiera había nacido, arrancó en un tempo lentísimo y con expresividades dignas del mejor romanticismo en tanto que en el último movimiento, desplegado a una velocidad de Fórmula 1, se perdieron los infinitos detalles y contracantos que abundan en esta partitura. Gaspard de la nuit es una obra de dificultad extrema pero su objetivo no es la exhibición de destrezas sino la de ofrecer los toques más sutiles y la de exponer las ideas más sofisticadas. "Scarbo", el último movimiento de una obra tan cercana al impresionismo, fue presentado con una altisonancia desmedida y con una pasión dignas de una obra sinfónica del romanticismo tardío. Mágica, estilísticamente irreprochable y ultraexpresiva lució Lisitsa en los tres nocturnos tardíos de Chopin que eligió para iniciar la segunda parte. Pero después, nuevamente, volvió a las excentricidades con Cuadros de una exposición. En este gigantesco ciclo sólo apto para virtuosos consumados, alternó extravagancias (la "Promenade" inicial pareció una marcha militar en tanto que la pesada carreta "Bydlo" comenzó exasperadamente lenta para luego continuar con inexplicables cambios de tempi) con momentos de altísimo arte ("El viejo castillo") y de destrezas técnicas infartantes y de abundancia sonora más que apropiadas ("La gran puerta de Kiev).
Más allá de las observaciones apuntadas, hay que destacar que Lisitsa mantuvo una coherencia inalterable a lo largo de todo el recital. En ese sentido, podrán criticarse sus aproximaciones y lecturas pero estas no responden a caprichos momentáneos sino a una concepción estética y discursiva. Lo que sí, para poder llevarlas adelante hace falta una mecánica portentosa y una altísima capacidad musical. Y Lisitsa, reiteramos la definición inicial, una pianista excepcional, posee largamente ambas cualidades.
Fuente: LA NACIÓN - Espectáculos, 1-12-2017