Las magias de una orquesta
Concierto de la Orquesta de Cámara de Zurich con el Swiss Piano Trio
Orrquesta de Cámara de Zurich / Director y concertino: Willi Zimmermann y Swiss Piano Trio / Programa: Beethoven: Obertura Coriolano, op.62; Fabian Müller: Canto, para orquesta de cuerdas; Mozart: Sinfonía nº38, K.504, "Praga"; Beethoven: Triple concierto para violín, chelo, piano y orquesta, op.56. Nuova Harmonia. Teatro Coliseo
Nuestra opinión: muy buena
La Obertura Coriolano, más allá de ese final tenue y esfumado con el que concluye, pertenece al período más fogoso, emocionalmente intenso y dionisíaco de la música de Beethoven. Asimismo, no es ocioso señalar que la hemos escuchado potente, si no altisonante y ostentosa, en recreaciones de orquestas enormes, casi mahlerianas. Con esa carga histórica a cuestas, enfrentarse a una Coriolano en las manos de una orquesta de cámara -además, sin director a su frente poniendo las cuestiones en orden- era, cuanto menos, un interrogante a develar. Sin embargo, y dicho del modo más contundente posible, la interpretación de la Zurich Chamber Orchestra fue estupenda, completa, interesantísima y de resoluciones musicales impecables. No le faltó ni un miligramo de firmeza ni de energía pero, al mismo tiempo, la lectura camarística de esta orquesta de treinta músicos, permitió contemplar esos contrapuntos geniales que Beethoven labró a pura paciencia y arte y esos infinitos detalles que muchas veces quedan ocultos bajo el manto del ímpetu y la excitación.
La excelencia continuó inamovible con Canto, una bellísima obra para orquesta de cuerdas de Fabian Müller, un compositor suizo que pergeñó esta pieza expresamente para la Orquesta de Cámara de Zurich. Poética y lírica, como se desprende del título, Canto trabaja sobre melodías onduladas que se entrelazan en una textura polifónica sin preeminencias de ninguna familia de instrumentos por sobre otra. Esencialmente romántica en su expresividad y mayormente contemporánea en su lenguaje, la orquesta continuó con su tarea de envolver al público con interpretaciones tan intensas como refinadas.
Volvieron al escenario los vientistas de la orquesta para hacer la Sinfonía Praga, de Mozart. Con Willi Zimmermann dirigiendo sentado desde su posición de concertino, apenitas con mínimos movimientos del violín y casi sin gestos y, por supuesto, con la concentración y el tremendo oficio de todos los músicos, Mozart gozó de una lectura extraordinaria. La sinfonía sonó ajustadísima, con todas las poesías y contrastes en su exacto lugar, muy entusiasta y sin ningún romanticismo inoportuno. La excelencia había campeado a lo largo de toda la primera parte de la velada. Pero la magia no retornó en la segunda cuando el Swiss Piano Trio se sumó para hacer el Triple concierto de Beethoven.
Las correcciones y hasta la mejor urbanidad tomaron el lugar de la pasión y las pulsaciones más sanguíneas, aún las más clásicas, y sin que pudiera percibirse ningún inconveniente en el funcionamiento general, faltaron ese encantamiento y fascinación que los grandes tríos de la historia le han sabido imprimir a esta obra. El Triple concierto es mucho más elegante que volcánico pero, al mismo tiempo, requiere de un brillo y de algún hechizo peculiares que no emergieron de la perfección instrumental de los solistas del Swiss Piano Trio, excepción hecha del muy buen chelista que es Sasha Neustroev. Con todo, lo insustancial si no lo francamente banal habría de llegar fuera de programa cuando el trío y la orquesta se sumaron para abaratar todo lo que habían realizado interpretando Tripel Schottisch, una obra casi circense de Florian Walser sobre elementos propios de la música popular suiza que hasta promovieron algunos palmoteos de la platea como si fuera una polca de Strauss. Una picardía promover una sonrisa o un beneplácito rapidito que hizo olvidar el gran arte que había floreado en la primera parte de este concierto.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 6-10-2017