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novedades 22.07.2017

El maravilloso mundo sonoro de Gustav Mahler

Brillante concierto de la Filarmónica de Buenos Aires

Pablo Kohan

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Director: Enrique Arturo Diemecke / Programa: Sinfonía N°9 en Re mayor, de Gustav Mahler / Teatro Colón / 

Nuestra opinión: excelente

 

Ante las desmedidas complejidades técnicas y las infinitas meditaciones e interrogantes estéticos y filosóficos que laten en la partitura, no es aventurado afirmar que sólo las grandes orquestas del planeta pueden enfrentarse a la última sinfonía completa de Gustav Mahler y salir victoriosas. Al mismo tiempo, también podríamos recordar que muchas otras pueden asumir el riesgo y salir indemnes, que, como se entiende, no es exactamente lo mismo. Sin embargo, y aún reconociendo la distancia que existe entre nuestra Filarmónica y esas orquesta de renombre y prestigio mundial tan bien ganado, la interpretación que la orquesta porteña hizo de la Sinfonía N°9 de Mahler fue sublime, magistral. En términos tan deportivos como rigurosamente musicales, la Filarmónica se alzó con un triunfo más que loable. Las únicas mellas que se pueden formular a una noche esplendorosa tuvieron lugar en el mismísimo comienzo y en el final y fueron, paradójicamente, extramusicales y ajenas.

Enrique Arturo Diemecke, desde hace un largo tiempo, generalmente con un lenguaje coloquial y muy preciso, acostumbra introducir al público a los avatares musicales que tendrán lugar a lo largo del concierto. Sin embargo, en esta ocasión, reflexionó sobre los contenidos de una auténtica obra maestra como es la última sinfonía de Mahler apelando a sencillas impresiones personales, algunas meramente descriptivas y que no parecieron las más oportunas para la excepcionalidad que es propia de esta obra impar. Con todo, apenas dejó el micrófono y giró sobre sí mismo para asumir la tarea, se transformó en el gran director que todos conocemos y, de memoria, en plenitud y en estado de máxima concentración, condujo una interpretación inolvidable de la novena sinfonía de Mahler.

A lo largo de un poco más de ochenta minutos, la Filarmónica le puso el cuerpo a la situación y absolutamente todas sus filas y todos sus solistas hicieron causa común con las ideas de su director. En los cuatro movimientos, con una excelente precisión, Diemecke y los músicos apelaron a todo su oficio y arte para ponerle expresión a cada frase, a cada nota. Las exóticas y misteriosas combinaciones instrumentales y tímbricas tuvieron realizaciones impecables muy bien balanceadas como así también encontraron su manera de cristalizarse los estados de ánimo, las indagaciones metafísicas, los conflictos humanos y, a su modo, las reflexiones cósmicas que viven dentro de una sinfonía cuya forma es atípica, extraña y sumamente compleja. Se "entendieron" los dramas del primer movimiento, afloraron invictas las danzas rústicas del segundo movimiento, se yuxtapusieron con claridad todas las ideas que conforman esas casi esotéricas polifonías mahlerianas del tercer movimiento y, en el final, luego de exponer todos los laberintos con claridad meridiana, la obra se fue evaporando, dejando en el aire todos sus misterios. Y aquí fue donde parte del público se encargó de entorpecer una conclusión que apuntaba para ser digna, solitaria y final.

De a poco, Mahler va esfumando el maravilloso mundo sonoro que había creado para que, en los últimos compases, las violas cierren ese viaje al infinito. Diemecke y la Filarmónica, etéreos, sutiles, ingrávidos venían construyendo el impalpable silencio final. Y aparecieron las toses, los carraspeos, los movimientos y algún sonido extemporáneo de quienes más que compartir un periplo ilustre parecieron haberlo padecido. El director, los músicos, la casi totalidad del público y Mahler se hubieran merecido más respeto. Además, cuando el último sonido se había agotado y aún Diemecke tenía sus brazos abiertos en lo alto, alargando ese silencio postrero tan deseado, explotaron en aplausos y gritos aquellos que creyeron que habían escuchado una sinfonía triunfal. El mismo público los acalló. Envuelto en silencio, Diemecke, entonces sí, confirmó que la travesía había culminado.

Pablo Kohan, 22-7-2017

 

Fuente: La Nación. Espectáculos, 22-7-2017

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