Una generosa recompensa de Edward Elgar
Los compositores jóvenes, en la inmensa mayoría de los casos, no tuvieron más remedio que negociar la edición de sus obras en circunstancias poco ventajosas. Con su inmensa trayectoria por detrás y siendo, en la práctica, el italiano más conocido en todo el mundo, Verdi podía imponer tiempos, términos y condiciones a Giulio Ricordi. Pero un creador, en el comienzo de su carrera, casi siempre aceptaba la impresión de sus obras cediendo todos los derechos a cambio de una paga puntual. Rachmaninov odiaba tener que tocar su celebérrimo Preludio para piano en do sostenido menor como pieza fuera de programa casi obligada, cuando era reclamada a viva voz por los públicos que lo idolatraban. Su fastidio provenía del hecho de que había "vendido" por una cifra irrisoria sus derechos a un editor que, con el Preludio, amasó una verdadera fortuna. Algo similar le pasó a Edward Elgar con Salut d'amour, compuesta en 1888. En su libro The music goes round, Fred Gaisberg, uno de los pioneros en el desarrollo de la industria discográfica, recordaba una situación que vivió junto a Elgar en Londres, en 1921. "Era temprano e íbamos caminando muy lentamente por Langham Place hacia el Queen's Hall. No teníamos ningún apuro. A pocos metros de la entrada de los artistas, un violinista estaba tocando Salut d'Amour. Elgar, sonriente, casi encantado, se detuvo frente a él, hurgó en su bolsillo y tomó una media corona. Con la moneda en la mano y exhibiéndola ante el más que sorprendido músico, le preguntó: «¿Usted sabe qué está tocando?» Tomándose un respiro, el hombre le contestó: «Sí, claro, es Salut d'Amour, de Elgar». Más sonriente aún y sumamente agradecido, le dijo al violinista: «Tome esto, por favor, es mucho más de lo que el mismo Elgar ha ganado con esta pieza».
Pablo Kohan, 21-7-2017
Fuente: LA NACION - Espectáculos - Allegro, 21-7-2017