La música estimula los peores instintos
Infinitas son las citas que hablan de los placeres y bondades que la música produce en nuestras almas. Pero también están aquellas que advierten sobre los malos impulsos que los sonidos pueden propiciar en los seres humanos. Juan de Mariana, un jesuita español que murió en 1624 fue un hipercrítico de las costumbres mundanas de su tiempo. Entre esos peligros que acuciaban a la sociedad, se detuvo en los perniciosos influjos de algunas músicas (populares) en particular. En "Del baile y cantar llamado zarabanda", el duodécimo capítulo de su Tratado contra los juegos públicos, prevenía: "Entre otras perjudiciales invenciones, ha salido en estos años un baile y cantar tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos que basta para pegar fuego aún a las personas más honestas. Llámanle comúnmente zarabanda". La "afrenta a la nación" podía darse en reuniones, en las cercanías de los monasterios y era "menester que se cubriesen los ojos las personas honestas que ahí estaban". Pasaron los siglos, y las acechanzas de la música continuaban latiendo en los alrededores. En su novela La Sonata Kreutzer, Tolstoi pone en boca de Pózdnyshev lo que acontecía cuando el violín y el piano arremetían con esa sonata de Beethoven: "¿Cómo se puede tocar el primer presto en un gran salón, rodeado de damas con vestidos escotados?" Entre los hombres, de modo inevitable, se producía "un despertar de energía y sentimiento inapropiados, tanto para el tiempo como para el lugar". Tal vez, sin distinción de género, todos deberíamos estar atentos y moderar nuestras peores intenciones cuando desde algún lugar nos lleguen, incitantes, una chacona de Bach, un divertimento de Mozart, una canción de Mahler o, peor aún, El choclo, Yesterday, Para Elisa o esa insidiosa Despacito.
Pablo Kohan, 7-7-2017
Fuente: LA NACION - Espectáculos - Allegro, 7-7-17