Vivaldi, ese tesoro inagotable
La crítica del concierto que ofrecieron Romina Basso y la Venice Baroque Orchestra
Venice Baroque Orchestra / Solista: Romina Basso, mezzosoprano / Director: Gianpiero Zanocco / Obras de Antonio Vivaldi: Sinfonías R.146 y R.157; Conciertos R.516, R.443 y R.531 y arias de las óperas Bajazet, Farnace, Orlando furioso, Atenaide, Giustino y Argippo / Mozarteum Argentino / Teatro Colón /
Nuestra opinión: muy bueno
Durante años circuló una frase errónea y de supina mala intención que, según la fuente, se le atribuía a diferentes compositores, hecho que, por lo tanto, delataba tanto su vileza como su equívoco esencial. Se decía que Vivaldi no había escrito seiscientos conciertos, sino el mismo concierto seiscientas veces. Supuestamente graciosa y categórica, la sentencia decretaba la escasez o ineptitud de un compositor que debía su nombradía únicamente a sus celebérrimas Cuatro estaciones. Más allá de los innegables méritos de un recital irreprochable, el concierto que ofreció la Orchestra Barocca di Venezia en el Colón, para el Mozarteum, también puede oficiar de testimonio para declarar, sin ambigüedades, la genialidad de un compositor maravilloso como Antonio Vivaldi, una de las cumbres del barroco tardío, sitial que comparte, en pie de igualdad, con Bach, Handel y Rameau.
Conocida en todo el mundo por su denominación en inglés, la Venice Baroque Orchestra llegó sin su fundador, el clavecinista Andrea Marcon. Sin embargo, de la mano de su concertino, Gianpiero Zanocco, este conjunto historicista de catorce miembros lució absolutamente impecable. A lo largo de dos sinfonías -cabe recordar que en el contexto de la época, sinfonías eran las piezas orquestales que antecedían a una ópera- y tres conciertos, uno para dos violines, uno para flauta dulce sopranino y uno para dos chelos, la orquesta presentó un Vivaldi inmejorable. El ajuste, los planos sonoros, la afinación y el ensamblado milimétrico estuvieron para traer a la vida esas ideas tan personales y fundacionales de Vivaldi. Si bien los dos violinistas y los dos chelistas que oficiaron de solistas en sus respectivos conciertos cumplieron sus tareas con holgura, fue la flautista checa Anna Fusek, asimismo violinista de la orquesta, la que cosechó los mayores aplausos. Su participación virtuosa y sumamente musical en el Concierto para flauta directa sopranino y orquesta, R.443, se llevó, y por mucho, la ovación más estruendosa de toda la noche. Incluso más de las que se le tributaron, y con justicia, a Romina Basso, la muy encumbrada mezzosoprano italiana que entonó seis arias de Vivaldi.
Ante un concierto de una mezzosoprano cantando arias de Vivaldi es casi inevitable no remitirse a la comparación con el histórico registro que, para la eternidad, dejaron Cecilia Bartoli e Il Giardino Armonico, en 1999. Con otro material, con otro tipo de voz y con un enfoque diferente, Romina Basso trajo arias de bravura, dolorosas, íntimas, trágicas y tormentosas. Cabe señalar que, siguiendo los modelos de la época, todas son arias da capo, es decir que tras la presentación de la primera y la segunda sección del aria, se vuelve a cantar la primera de ellas. La costumbre indicaba que la reiteración debía ser recreada de un modo diferente a través del agregado de ornamentaciones "alla mente", es decir, improvisadas. Basso, de manera consumada, entonó las dos primeras secciones ateniéndose estrictamente a lo escrito en tanto que, en las repeticiones, no se limitó a una decoración circunstancial de la melodía original sino que elaboró auténticas variaciones de virtuosismo vocal en cada una de ellas. Más allá de la licitud del recurso, es en este terreno donde el cotejo se le vuelve desfavorable frente a Cecilia Bartoli. Basso tiene una voz mucho más densa, casi la de una contralto, y sus fraseos cantables son definitivamente maravillosos, intensos, musicales y sin aristas o quiebres de ningún tipo. Pero sus coloraturas no son tan precisas y esos pasajes endemoniados carecen de esa nitidez que, precisamente, deben ser exhibidos impolutos cuando se los encara.
Más allá de esta observación, es claro que Basso tiene argumentos vocales y musicales y conocimientos de estilo para ofrecer el mejor Vivaldi y que su canto es realmente conmovedor. Sin ornamentaciones desmedidas y con sumo arte, fuera de programa, con la excelsa Venice Baroque Orchestra, trajo "Lascia ch'io pianga", de la ópera Rinaldo, de Handel.
Fuente: LA NACION - Espectáculos, 11-5-2017