Elogios e intolerancias
Los compositores hablan de Rachmaninov
Centrada en sus propias perspectivas y, además, abroquelados en la defensa de sus posturas ante los vendavales de críticas que los acusaban de iconoclastas, si no de desagradables y cacofónicos, los modernistas de comienzos del siglo XX y los vanguardistas de más acá encontraron en Sergei Rachmaninov el enemigo sobre quien descargar sus enfados. Después de todo, en un tiempo de rupturas drásticas, los compositores de su generación no toleraban ese apego indoblegable que profesaba hacia la emocionalidad y los modos expresivos del romanticismo. La historia ha ido acomodando los tantos y hoy nadie discute la originalidad y la singularidad de un creador maravilloso que, además, era el pianista más célebre de su época. Entre quienes lo valoraban sin restricciones podemos recordar a Neville Cardus, el crítico y escritor inglés que, en 1939, escribió sobre sus interpretaciones: "Hasta la apertura de un acorde vulgar y corriente devela raras bellezas. Nos hace evocar las avellanas de las hadas, donde se ocultan diamantes y cuya cáscara sólo puede uno romper si tiene las manos benditas". En otra trinchera, Aaron Copland explicó su fastidio por la música de Rachmaninov: "La mera idea de tener que sentarme a escuchar una de sus extensas sinfonías o uno de sus conciertos para piano y orquesta, para serles franco, suele deprimirme. Todas esas notas, pienso, ¿con qué fin?". En un comienzo un verdadero enemigo y luego un cordial compatriota de exilio en Estados Unidos, en los tiempos del nazismo, Stravinsky, con su causticidad característica, dejó de lado sus diatribas y, escueto, expresó: "Rachmaninov es el único pianista que conozco que no hace muecas". Llevarse bien y apreciarlo personalmente era entendible. Elogiarlo ya era demasiado.
Fuente: La Nación - Espectáculos. Viernes 31 de marzo de 2017